Brisa o vendaval; rústico o mediterráneo

Hay casi tantas maneras de vincularse con la naturaleza como personas en el mundo. Sabiendo que un porcentaje muy pequeñito de esas personas son diseñadores de interiores, es lógico que existan diferentes tendencias, que no son más que formas de habitar lo natural.

De entre ellas, destacan dos cuya referencia a la tierra no es anecdótica, sino que es la piedra angular. Hablamos del diseño rústico y del mediterráneo.

Es curioso que, pese a compartir esta cualidad tan marcada, nos conectan con lo natural desde lugares distintos, casi opuestos. Si el primero se aproxima a la tierra desde la fuerza, el peso y la materia, el segundo lo hace desde la luz, el vacío y el movimiento. Ambos son verdaderos. Ambos son honestos. Pero, puestos a imaginar, el rústico sería el aire vivo del campo cuando le da por soplar, y el mediterráneo, la brisa que entra por la ventana al mediodía.

El vínculo con la naturaleza: desde dónde y cómo

El diseño rústico nace del contacto directo con lo rural. Con sus herramientas, sus ritmos, sus necesidades prácticas. No es una estética buscada, sino heredada. Por eso utiliza materiales pesados, con volumen y textura: piedra, madera maciza, barro cocido. Los muros son gruesos, las vigas a la vista, los muebles robustos. Todo está pensado para durar, para soportar, para resistir. Y, por tanto, para quedarse.

El mediterráneo, en cambio, aunque también trabaja con lo natural, busca lo opuesto: que la casa respire, que se mueva con la brisa, que deje pasar la luz. En lugar de encerrar, abre; en lugar de sostener, aligera. Las paredes se encalan, los suelos se enfrían con hidráulicos o terracotas suaves, y el mobiliario se afina en proporciones y materiales. Aparece la madera, sí, pero más ligera; la piedra, sí, pero pulida; los tejidos, sí, pero aireados.

La materia como lenguaje

Ambos estilos comparten un respeto profundo por la materia. Pero su forma de expresarlo difiere. En el rústico, la madera se muestra tal cual: con sus nudos, su veta y su peso. Los muebles se perciben como estructuras sólidas, con un lenguaje más ortogonal, más terrenal. Es una madera que se deja leer con los dedos.

En el mediterráneo, sin embargo, la madera se trabaja desde la limpieza formal: siluetas más suaves, acabados más claros, menos volumen. No se renuncia a lo natural, pero sí se busca la ligereza. La mirada mediterránea no teme el vacío; lo celebra. El resultado es un diseño más poroso, más pausado, donde la materia cede protagonismo al entorno.

Paleta, luz y temperatura emocional

La elección cromática también revela mucho. En los interiores rústicos predomina una gama de ocres, tierras, verdes profundos, maderas oscuras. Colores que nos anclan al paisaje, que nos recuerdan la montaña, la bodega, el invierno. El mediterráneo, por su parte, se mueve entre blancos, arenas, piedra clara, maderas lavadas, azul cielo. Y siempre, siempre, la luz.

El rústico abraza. El mediterráneo, sopla. Uno nos resguarda del frío; el otro nos protege del calor.

¿Y en Bosco?

Nuestra raíz mediterránea nos lleva, inevitablemente, a inclinarnos hacia lo ligero, lo luminoso, lo abierto. Pero sería un error entender esto como una renuncia a la materia. Todo lo contrario. En Bosco creemos en el valor de lo natural, pero también en su capacidad de adaptación. Por eso trabajamos con maderas nobles, pero también con el vacío; con texturas, pero también con el silencio visual.

Lo importante, para nosotros, no es tanto la etiqueta como la escucha:
¿Qué necesita este espacio? ¿Cómo quiere respirar? ¿Qué le pide el entorno?

Si el diseño rústico es un susurro a la tierra y el mediterráneo es una conversación con la brisa, en Bosco hablamos un idioma, pero entendemos expresiones del otro y, quizás, usamos alguna que otra frase prestada… pero con acento propio, of course.

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