La belleza imperfecta: reivindicando el error

Mucho se ha hablado, en el mundo del diseño, de abrazar la imperfección como sello de autenticidad o como gesto de resistencia frente a la uniformidad de la producción masiva. Pero existe un matiz curioso en esta afirmación que, aunque pudiera considerarse ególatra, a nuestro parecer es más bien un signo de humildad.

Y es que, siempre que alabamos los “defectos”, nos referimos a los de los materiales: los nudos en la madera, las vetas irregulares en la piedra, la oxidación o pátina en los metales… Nunca al trabajo del hombre. Es como si observáramos la naturaleza por encima del hombro y le dijéramos: “No estás bien hecha: careces de simetría, de pulcritud y el paso del tiempo te ha desgastado; pero yo sé ver que ahí radica tu gracia”, con tono de condescendencia, claro. La naturaleza, cínica e impasible, debería responder: “Mira quién ha llegado a decidir lo que es y lo que no es perfecto”, y llevaría toda la razón del universo. Las cicatrices de la madera, las formas de las raíces o las grietas en las piedras podemos tomarlas o descartarlas, pero eso no las hace mejores ni peores.

Sin embargo, hay otra posible lectura más amable: nosotros valoramos la diferencia, la asimetría y el desgaste en la naturaleza, pero el error propio, el humano, se nos hace tan intolerable que ni siquiera entra en el juego. No es digno de ver la luz. Y podemos tomarnos a nosotros mismos como ejemplo: nos encantan las historias que escriben las variaciones de los materiales, pero jamás pondríamos a la venta una silla que hemos ensamblado en un mal día. Jamás. Porque no hay espacio para la belleza cuando la equivocación es de origen humano. Y podéis estar más o menos de acuerdo (al final, solo es una segunda lectura), pero nadie quiere comer en una mesa coja.

Existen breves excepciones, por ejemplo, la cerámica, pero son contadas y, a menudo, intencionadas.

Ahora que nuestra postura ha quedado clara y que vamos a usar las palabras “imperfección” y “defecto” como un mero código sin fundamento, pasemos a analizar el mundo del error en el diseño.

Materiales que se embellecen con el uso

El tiempo solo trata bien al buen vino, a algunos actores escoceses y a unos pocos materiales. En el diseño de interiores, estos últimos son especialmente apreciados porque hacen posible una evolución en aquello que expresan.

  • Maderas con carácter: Las maderas macizas, como el roble, el nogal o la teca, muestran variaciones de tono y textura que las hacen más interesantes con el tiempo. En cambio, las maderas tratadas en exceso pueden perder esa capacidad de transformación y volverse uniformes e inertes.
  • Mármol y piedra natural: Las vetas, pequeñas grietas y variaciones cromáticas en materiales pétreos son signos de su origen natural y de su proceso de formación. El diseño contemporáneo los destaca, dejando a la vista algo así como su ADN.
  • Metales con pátina: El latón, el cobre y el hierro forjado adquieren una pátina con el tiempo que les da profundidad y carácter. Mientras que algunos tratamientos buscan mantenerlos inalterados, hay quienes prefieren dejarlos evolucionar libremente. La sensación que manifiestan es radicalmente diferente.
  • Textiles naturales: Lino, algodón, lana y cuero envejecen mostrando su uso de forma noble. Un sofá de cuero puede desarrollar marcas y un tacto más suave con los años, mientras que un lino lavado se vuelve más flexible y confortable.

Esta evolución aporta un sentido de autenticidad y también, y esto es muy importante, de pertenencia al espacio: los muebles acaban integrándose a él de una manera nada fácil de explicar, pero obvia en el sentir.

Forzar la imperfección: ¿sí o no?

La respuesta es clara: o se hace muy, muy bien (y eso, aunque parezca contradictorio, es tan complicado que pasa a la categoría de arte) o mejor no se hace, porque siempre se acaba cayendo en la artificialidad.

A nuestro parecer, como mucho se puede llegar a un punto medio, pactar un empate: usar materiales que envejezcan por sí solos en lugar de aplicar efectos artificiales o apostar por técnicas artesanales que, si bien menos que la naturaleza, siempre dejan un sello singular.

¿Queréis saber cuáles son nuestros favoritos?

Si tuviéramos que enumerar los errores que más apreciamos en Bosco, ¡oh, sorpresa!, tendrían cabida los humanos (eso sí, nunca nuestros). Nos fascinan los nudos y grietas en la madera, que en la ebanistería artesanal aportan carácter y singularidad, pero también nos cautivan las irregularidades en los tejidos, pues invitan a imaginar qué pudo ocurrir en el instante en que una puntada se desvió del patrón. Admiramos los tonos ocres y oliváceos de la oxidación, que despliegan una paleta de deleite, pero también nos encanta que en cada desconchado de pared, fruto de la dejadez del hombre, se revele un pasado impreciso, y por ello misterioso.

Así pues, ya veis cómo el trabajo que llevamos a cabo desde Bosco nos lleva a menudo a cuestionarnos nuestros propios valores. Y en lo que a este tema concierne, estamos convencidos de que no se trata tanto de imperfección como de verdad: hay algo genuino en lo que evoluciona, en lo que resiste, en lo que se transforma con el tiempo sin pedir permiso.

Es todo un honor fabricar muebles de verdad.

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