Las “vibes” de los espacios

“Qué bien vibra este espacio, ¿verdad? No sé qué tiene, pero estoy muy bien: me quedaría aquí para siempre”.
Para cualquier interiorista, arquitecto o diseñador de muebles, esa frase es la epifanía última, la realización máxima de su vocación. Porque no habla de nada abstracto, como la belleza o la funcionalidad, ni de nada técnico, como las proporciones o el tratamiento de los materiales, sino que habla de algo que va más allá: de un estado.
Trata sobre ese sentimiento indefinible que invade a quien lo habita, y que, a fin de cuentas, es lo que se tendría que tratar siempre de alcanzar. Materiales, proporciones y diseño en general solo deberían ser el medio, y no el fin. Pero, ¿cómo se juegan esos medios para alcanzar la perfección del “vibrar”?
Vamos a intentar verlo.
Seguro que son los muebles
Spoiler: no es cierto, solo lo que nos gustaría pensar.
Hay piezas que se funden con el espacio, otras que tienen una presencia serena y otras, escultóricas, que hacen que todo gire en torno a ellas como el astro rey del sistema solar. Hay espacios amueblados con absoluta corrección, siguiendo las normas de la armonía y dejando pasar la luz. Hay muebles sofisticados y otros que son un concentrado mismo de naturaleza. Pero, si retiráramos alguno, ¿perdería su vibración ese lugar? No, eso no ocurre nunca.
Hay otros donde la mesa es demasiado grande, la alfombra no combina y el jarrón fue un regalo de la abuela, que nunca tuvo demasiado criterio para decorar… Pero, oh, sorpresa: todo encaja.
¿Estará el secreto en la historia?
Visto que no son los muebles, por mucho que nos pese, vamos a abordar argumentos más etéreos. Hay quien sostiene que es la historia del lugar. Que una casa que ha sido vivida guarda una energía latente —en las grietas del suelo, en el desgaste del pomo, en ese desconchón del zócalo que nadie se animó a arreglar… Y sí, es posible. Hay muros que han visto cosas y parece que las cuenten.
Otros defienden que todo depende de la autenticidad con la que se ha decorado. Que los lugares que vibran bien lo hacen porque han sido habitados con gusto, sí, pero también con cierto desparpajo. Que no hay nada más incómodo que un espacio que quiere gustar demasiado. Que presume. Que se nota.
Todo esto tiene pinta de sumar, aunque no es medible. Pero lo que está claro es que no es definitorio: hay espacios que nunca han sido habitados y, sin embargo, ya vibran bien. Y esto nos lleva al siguiente punto:
La divina variante técnica
Si, como decía Galileo Galilei, el lenguaje de Dios son las matemáticas, se entendería que la variable técnica que tiene que ver con las medidas, las proporciones y la geometría fuera la clave. Si es así, si es lo que más peso tiene, lo lógico es que fuera lo más fácil de detectar y, después, replicar, porque habla de exactitud y, precisamente, no hay nada más medible.
Pero no. No conocemos la geometría de la buena vibración, si es que existe.
Y en Bosco…
Pues ya está claro que no tenemos ni idea. Pero… sabemos mirar. Y sabemos respetar. Cuando un espacio vibra bien, simplemente lo detectamos, nos alegramos y nos preguntamos cómo le podemos ayudar, para, al final, darnos cuenta de que es él el que nos ha ayudado a nosotros.
P.D.: Hay quien piensa que es el gato, y eso sí que no lo podemos descartar.